"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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033. Historia de la medicina durante la conquista

HISTORIA DE LA MEDICINA DURANTE LA CONQUISTA En su "Historia general de las cosas de la Nueva España", Fray Bernardino de Sahagún destina el capítulo intitulado “De las enfermedades del cuerpo humano y de las medicinas contra ellas”, a su visión de las prácticas médicas por el pueblo conquistado. La medicina azteca fue la que tuvo mayor importancia en el México antiguo. Por una parte, hay que recordar el poderío imperialista de esta cultura y desde luego, hay que considerar que estas mismas condiciones llevan a un sincretismo cultural en el que, unos y otros pueblos, combinan y enriquecen sus conocimientos para llegar a una rica medicina mesoamericana. Para los aztecas, la medicina era un arte y se conocía como ticicotl y ticitl era el médico. La medicina prehispánica se desarrolla en un clima místico. Para los antiguos mexicanos el ser humano poseía tres espíritus o almas. El tonalli, que es luz y día, está en la cabeza o en las coyunturas y puede abandonar el cuerpo. Las otras dos almas del hombre no se separan del él mientras esté vivo. En el corazón, está el teyolia, alma que se enfría cuando la persona muere; y en el hígado está el ihiyotl, que cuando muere la persona se escapa convertida en gas. Existen varios momentos en las que el tonalli abandona el cuerpo: durante el sueño, cuando se está enojado o “enmuinado”, durante el coito o cuando la persona se sorprende, se sobresalta o se angustia, lo que le produce el “mal de espanto”. Por último, la hechicería también puede hacer que el cuerpo pierda su tonalli. Un brujo o bruja, con la intención de causar daño, practica un maleficio y atrapa el alma de una persona, ya sea por su propia voluntad o pagado por otra para hacerlo. Cuando esto sucede, los seres del inframundo que necesitan calor y luz, lo aprovechan para robarse un tonalli. Estas visiones de la escencia del hombre, siguen estando vivas en las creencias de algunos pueblos. Por ejemplo, entre los tepehuas de Veracruz, se cree que cuando el hombre muere, solamente se entierra el cuerpo, porque “su sombra” sigue vagando en el monte. Ésta se puede escapar, por poco tiempo, si la persona sufre un susto, en cuyo caso es importante levantarla y volverla a dar forma, es decir, meterla de nuevo al cuerpo. Cuando una persona pierde su sombra y no logra volverle a dar forma, significa que su muerte está próxima. Para los nahuas de hoy, el hombre es dual: materia y espíritu o cuerpo y tonal, sin el cual la vida no es posible porque aunque se puede sobrevivir temporalmente sin alma o itonalcholo, al cabo del tiempo, la muerte es inevitable. De hecho, los nahuas creen que este tonal es una sustancia invisible e infinita que sale del cuerpo de las personas mientras duermen, o si en un accidente sufren de pérdida de conciencia; sin embargo, las demás almas no la reciben porque llega antes de su hora y la obligan a regresar al cuerpo, momento en el que éste recobra “el conocimiento”. Por otra parte se dice que el tonal de los suicidas, como no esperó su hora y ya no puede regresar, es tratado con desprecio y sufre mucho. Para los tzotziles, el alma también tiene a veces espíritu aventurero y cuando se va, el curandero manda su propia alma a buscar el alma vagabunda del enfermo. Existían espíritus o fuerzas, como los de las mujeres muertas en primer parto, quienes aprovechaban los días aciagos para afectar a las personas que estaban en los cruces de los caminos, llevándose su alma y causándoles enfermedades relacionadas con síndromes convulsivos. Otra posibilidad de causar daño consistía en la posesión del enfermo, para lo cual, le metían en el cuerpo objetos como piedras, espinas o insectos. Concluyendo, podemos decir que las enfermedades son castigos que se manifiestan de dos maneras: el robo del alma o la invasión de algún elemento dañino, ya sea objeto o espíritu. Los sacerdotes tenían atributos sagrados y las fuerzas divinas intervenían tanto en las causas como en el diagnóstico de enfermedades y, por consiguiente, en su curación; es decir, la medicina se desarrollaba en el plano sobrenatural. El conocimiento elemental y básico de las propiedades curativas de las hierbas, así como del tratamiento inmediato de las enfermedades comunes, formaba parte de la sabiduría popular. Los padecimientos más graves ameritaban un tratamiento especial que solamente podía llevar a cabo el ticitl, médico agorero, que conocía el arte de “echar las suertes”. En tiempos de los aztecas, su trabajo era tan importante como riesgoso. Se sabe por las crónicas, que aquellos que fracasaban en su misión de velar por la salud y seguridad del pueblo, eran “sacrificados y abiertos por los pechos”. Los indígenas, en términos generales, consideraban que las enfermedades eran castigos de los dioses o de los antepasados, provocados por actos de desobediencia, por ofensas o por no cumplir con los deberes religiosos. El médico, por lo tanto, tenía que descubrir quién era el que se sentía ofendido para tratar la dolencia acorde con ello. En primer término, era necesario resarcir el daño. Otros pueblos del México antiguo, cuya cultura no alcanzaba la complejidad de la azteca, atribuían a la hechicería las causas de la enfermedad, y creían que no sanarían a menos que así lo deseara la persona que les provocó el mal. Entre los indígenas, el arte de la medicina se transmitía de padres a hijos y el aprendizaje empezaba, como ahora, cuando los niños eran muy jóvenes. La razón es que, tanto para la interpretación de los signos adivinatorios, como para la aplicación de sustancias curativas, el universo de conocimiento es muy amplio. En el mundo indígena, los hombres y las mujeres eran considerados igualmente aptos para practicar la medicina; aunque en el caso de las mujeres, se creía que ellas podían hacer pleno uso de sus facultades cuando hubieran pasado la menopausia y por lo tanto, no llevaran consigo la “impureza” implícita de los partos y las menstruaciones. Dentro de la medicina había especialidades que dependían del método curativo aplicado: el “tepahtiani” era el más sabio de los médicos, el tlamatqui usaba la palpación y el masaje, el tetlacuicuilani succionaba el cuerpo del enfermo, el “tetonalmacani devolvía el “tonalli”, es decir, la ventura o la suerte, el “teixpatiani” trataba los padecimientos oculares, la temixihuitiani era la comadrona o partera, los “atlauhtlachixquie” pronosticaban las enfermedades examinando el agua, los tonalpouhqui interpretaban el calendario agorero y los que interpretaban los sueños eran los ololiuhqui; el sangrador se llamaba teitzminiqui; el huesero teomiquetzani y temazcalli era el nombre del sudador que curaba en el baño de vapor. El médico agorero, cualquiera que sea su especialidad, se apoya en objetos y procesos con virtudes mágicas: usa pintura corporal, capas y abanicos; espinas de maguey, navajas de obsidiana, el ayauhchicahuaztli o divina sonaja, cuyo sonido produce la lluvia, etc. De todas las personalidades relacionadas con la magia, la medicina y la hechicería, el nahualli o brujo, fue y sigue siendo actualmente, uno de las más importantes. Ellos son seres que tienen el poder de esconderse bajo la apariencia de un animal. CURANDEROS Los curanderos, heredados del mundo prehispánico, tienen hoy en día, simultáneamente, las características y funciones de varios personajes de la sociedad indígena antigua: son a la vez sacerdotes, pedidores de lluvia, yerbateros, tlacatecolotl u “hombre búho” y nahuales. Generalmente son muy respetados en sus comunidades y ejercen su profesión como una vocación de servicio y no como un mecanismo para adquirir riqueza y poder. Apius Claudius Caecus...

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